Y la luna. Allí estaba ella, como siempre, tan hermosa en inalcanzable regalándome sus destellos de plata oscura que hacían de mí una sombra de su blanca luz.
Pero me amaba, aunque yo entonces no lo supiera. Y vino a mí sin yo poder evitarlo, regalándome caricias apasionadas.
Pero quise más. Quise más de ella, de su hermosura, de su amor, de su luz... Y con soplo de aire fresco me alcé en un desesperado intento de llegar a ella, pero viento cesó y caí al mar; a un mar oscuro y profundo del que jamás podría salir...
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